Anoche entré en un bar distinto. Cuando abrí la puerta la camarera me esperaba masticando chicle con la boca abierta. Detrás de la barra, con un trapo y un vaso en la mano, hacía que limpiaba mientras comprobaba que, de mis pies a mi cabeza, todo estaba en orden. Al fondo, un hombre sentado con la mirada perdida en la estantería de las botellas y una chupa de cuero negra sostenía una botella de cerveza con las dos manos. A todo esto, mientras yo escrutaba el entorno, la camarera hacía lo propio conmigo. Encanto fue la primera palabra que salió de su boca, a lo demás no presté atención. Pedí un Tanqueray con tónica antes de que terminase de hablar y me senté en la única mesa que había en el local. Era un bar perfecto, estrambótico en su justa medida. El aire estaba teñido de rojo, y unas cuantas enredaderas trepaban por la pared hasta el techo dejando al descubierto algunos cuadros de dudoso valor y belleza. Saqué un cigarro que llevaba preparado en el bolsillo de la chaqueta y comencé a fumarlo despacio. Despacio tranquilo. Tranquilo suave.
Traté de dibujar (con escaso éxito) alguna O con el humo, toqué un poco el servilletero a ritmo de George Benson, crucé algún trago con la camarera, en fin… Al cabo de unos segundos el hombre del fondo se había dormido y a la señorita del trapo y el vaso se le había borrado esa cara de oler azufre que tenía. Apagué tu cigarro, saqué un bolígrafo, cogí una servilleta y me dispuse a trazar un plan.
En Enero te llevaré a Egipto, escribí. Después, cuando volvamos a España cogeremos un vuelo a Nueva Orleans, allí, en mitad de la calle, alguien tocará tu canción favorita y tendré que sacarte a bailar entre los aplausos de los vecino. Nos compraremos una Volkswagen con flores pintadas en la carrocería y viajaremos de Nueva Orleans a California (allí podremos probarnos sobre las olas), de California a Montana, y ya desde la infinita capital de Montana podemos volar a alguna otra maravilla que se te ocurra. No te preocupes por el dinero, siempre podremos mendigar o negociar algunos de nuestros besos en el estraperlo. Arrugo la servilleta y se la tiro a la camarera. La idiota me mira y asiente con la cabeza, en fin… Sin acabar mi copa me levanto, saco un billete de cinco euros y escribo en él un 6 y ocho números aleatorios. Se lo dejo en la barra. Lo ve, esboza una sonrisa y me guiña un ojo. Salgo por la puerta y me pongo a caminar.
En un parque encuentro un cajón de arena en el que todavía, por el día, juegan algunos críos. Cojo un palo y comienzo a trazar. De la capital de montana iremos a mi habitación, sí, a mi habitación. Y sólo entonces, sobre tu piel, escribiré mi verdadero plan.
Traté de dibujar (con escaso éxito) alguna O con el humo, toqué un poco el servilletero a ritmo de George Benson, crucé algún trago con la camarera, en fin… Al cabo de unos segundos el hombre del fondo se había dormido y a la señorita del trapo y el vaso se le había borrado esa cara de oler azufre que tenía. Apagué tu cigarro, saqué un bolígrafo, cogí una servilleta y me dispuse a trazar un plan.
En Enero te llevaré a Egipto, escribí. Después, cuando volvamos a España cogeremos un vuelo a Nueva Orleans, allí, en mitad de la calle, alguien tocará tu canción favorita y tendré que sacarte a bailar entre los aplausos de los vecino. Nos compraremos una Volkswagen con flores pintadas en la carrocería y viajaremos de Nueva Orleans a California (allí podremos probarnos sobre las olas), de California a Montana, y ya desde la infinita capital de Montana podemos volar a alguna otra maravilla que se te ocurra. No te preocupes por el dinero, siempre podremos mendigar o negociar algunos de nuestros besos en el estraperlo. Arrugo la servilleta y se la tiro a la camarera. La idiota me mira y asiente con la cabeza, en fin… Sin acabar mi copa me levanto, saco un billete de cinco euros y escribo en él un 6 y ocho números aleatorios. Se lo dejo en la barra. Lo ve, esboza una sonrisa y me guiña un ojo. Salgo por la puerta y me pongo a caminar.
En un parque encuentro un cajón de arena en el que todavía, por el día, juegan algunos críos. Cojo un palo y comienzo a trazar. De la capital de montana iremos a mi habitación, sí, a mi habitación. Y sólo entonces, sobre tu piel, escribiré mi verdadero plan.
Texto: Diego Álvarez
Música: Leo Genovese y Esperanza Spalding - I know you know
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