viernes, 22 de octubre de 2010

Constancia de mujer

Como ahora no puedo gastarme dinero en libros y no me gusta estar pendiente del tiempo (como si este fuera materia que no sólo se quita, si no que también se da) que imponen a la lectura las bibliotecas, pues me dedico a leer por internet lo que encuentro. Y hoy he descubierto este poema de John Donne (traducido por Purificación Ribes) que ha hecho que me levante de mi asiento (no sé muy bien para qué).

Constancia de mujer

Un día entero me has amado.
Mañana, al marchar, ¿qué me dirás?
¿Adelantarás la fecha de algún voto recién hecho?
¿O dirás que ya
no somos los mismos que antes éramos?
¿O que de promesas hechas por temor reverente
del amor y su ira, cualquiera puede abjurar?
¿O que, como por la muerte se disuelven matrimonios verdaderos,
así los contratos de amantes, a imagen de los primeros,
atan sólo hasta que el sueño, imagen de la muerte, los desata?
¿O es que para justificar tus propios fines
por haber procurado falsedad y mudanza, tú
no conoces sino falsedad para llegar a la verdad?
Lunática vana, contra estos subterfugios podría yo
argumentar, ganando, si lo hiciera.
Pero me abstengo,
porque mañana puede que yo así también piense.

John Donne

domingo, 17 de octubre de 2010

She's only happy in the sun

En días como hoy (que llueve) intento mentirme. Escribo, por ejemplo, que me quiere. Después salgo a la calle y mi corazón, al que le gusta tocar la guitarra y cantar, me recuerda un par de frases que resultan ser las dos la misma: “She's only happy in the sun, she's only happy in the sun”. Y recuerdo sus besos a mi manera mientras este imbécil toca canciones de amor.
Cuando me canso vuelvo a casa y leo lo que había escrito: Me quiere. Y entonces, por unos segundos, me lo creo.


Ben Harper - She's only happy in the sun

jueves, 14 de octubre de 2010

Stormy Monday Blues

Bonita noche. Estoy fumándome un cigarrillo mientras conduzco a la orilla de la vía del tren. Esta tarde a eso de las seis te dejé en la estación y te has ido. Me pregunto si volverás, nena. No importa. Enciendo la radio y suena Stormy Monday Blues, de Bobby Bland. Conduzco por una carretera desierta que discurre entre dos hileras de farolas que se encienden a mi paso. La luna, al fondo, parece una puta colilla. Me gustaría que estuvieras en el asiento del copiloto, nena, aquí conmigo, que pudieras disfrutar de este momento igual que lo estoy haciendo yo. Me gustaría saber qué diablos piensas de todo esto. Dejo caer el humo de mi boca mientras me viene a la cabeza un trozo de un poema de Dave Alvin:
Pienso en un antiguo blues
y lo canto para mí,

Quiero abrazarte, nena,
pero no sé qué decir.
Quiero besarte, nena,
pero temo que me rechaces.

y quisiera que pudieras oírme

y quisiera poder oír el blues
que cantas para ti.
Cuánto me gustaría que estuvieses aquí y que, como aquella vez, me dijeses que me amas. Oh sí, quiero que agarres mi cara y me digas que te quedarás conmigo para siempre. Cuánto me gustaría eso, nena. Tenderte un cigarro y que nos fumásemos la noche juntos. Tú y yo, nena, tú y yo ¿Sabes? No puedo llorar de otra forma que no sea esta. Solo, a la orilla de la vía entonando un blues tan triste como esta noche. Claro que no puedo llorar de otra forma, nena. Claro que no. Escucha, te iré a buscar y volveremos juntos, por la otra parte de la vía. Hasta donde nos aguante el amor. No creo que la gasolina dé para mucho más.


Texto: Diego Álvarez
Música: Bobby Bland - Stormy Monday Blues

miércoles, 13 de octubre de 2010

En fin...

Anoche entré en un bar distinto. Cuando abrí la puerta la camarera me esperaba masticando chicle con la boca abierta. Detrás de la barra, con un trapo y un vaso en la mano, hacía que limpiaba mientras comprobaba que, de mis pies a mi cabeza, todo estaba en orden. Al fondo, un hombre sentado con la mirada perdida en la estantería de las botellas y una chupa de cuero negra sostenía una botella de cerveza con las dos manos. A todo esto, mientras yo escrutaba el entorno, la camarera hacía lo propio conmigo. Encanto fue la primera palabra que salió de su boca, a lo demás no presté atención. Pedí un Tanqueray con tónica antes de que terminase de hablar y me senté en la única mesa que había en el local. Era un bar perfecto, estrambótico en su justa medida. El aire estaba teñido de rojo, y unas cuantas enredaderas trepaban por la pared hasta el techo dejando al descubierto algunos cuadros de dudoso valor y belleza. Saqué un cigarro que llevaba preparado en el bolsillo de la chaqueta y comencé a fumarlo despacio. Despacio tranquilo. Tranquilo suave.
Traté de dibujar (con escaso éxito) alguna O con el humo, toqué un poco el servilletero a ritmo de George Benson, crucé algún trago con la camarera, en fin… Al cabo de unos segundos el hombre del fondo se había dormido y a la señorita del trapo y el vaso se le había borrado esa cara de oler azufre que tenía. Apagué tu cigarro, saqué un bolígrafo, cogí una servilleta y me dispuse a trazar un plan.
En Enero te llevaré a Egipto, escribí. Después, cuando volvamos a España cogeremos un vuelo a Nueva Orleans, allí, en mitad de la calle, alguien tocará tu canción favorita y tendré que sacarte a bailar entre los aplausos de los vecino. Nos compraremos una Volkswagen con flores pintadas en la carrocería y viajaremos de Nueva Orleans a California (allí podremos probarnos sobre las olas), de California a Montana, y ya desde la infinita capital de Montana podemos volar a alguna otra maravilla que se te ocurra. No te preocupes por el dinero, siempre podremos mendigar o negociar algunos de nuestros besos en el estraperlo. Arrugo la servilleta y se la tiro a la camarera. La idiota me mira y asiente con la cabeza, en fin… Sin acabar mi copa me levanto, saco un billete de cinco euros y escribo en él un 6 y ocho números aleatorios. Se lo dejo en la barra. Lo ve, esboza una sonrisa y me guiña un ojo. Salgo por la puerta y me pongo a caminar.
En un parque encuentro un cajón de arena en el que todavía, por el día, juegan algunos críos. Cojo un palo y comienzo a trazar. De la capital de montana iremos a mi habitación, sí, a mi habitación. Y sólo entonces, sobre tu piel, escribiré mi verdadero plan.




Texto: Diego Álvarez
Música:
Leo Genovese y Esperanza Spalding - I know you know

martes, 12 de octubre de 2010

La definición del viento

Domingo. Octubre. Otoño. No merece la pena buscarle una definición al viento. Afuera no hay más que hojas secas y gotas colgando en el ambiente. Dentro de esta habitación hay un alambre. Nada merece la pena. Ya no estás y tal vez preparar café para mí solo tampoco merezca realmente la pena. A lo mejor ojearle unas páginas a Dickens. Quizás escuchar alguna pieza de Erik Satie lo merezca. Lo que no creo es que merezca la pena intentarlo. Te llamaré. Voy a llamarte. Lo cierto es que hoy, durante un par de horas, he intentado dibujar. Eso sí que merecía la pena. De un solo trazo. Tu boca en un papel. En un papel enorme. […] No lo he conseguido. Y tampoco he conseguido definir el viento que hace esta tarde. Mejor no te llamo. Mejor no. Un viento de larvas congeladas golpea la ciudad como un acantilado. Nada. No te llamo. El viento. Ah, sí, el viento. No merece la pena explicar algo que se define con un soplido.



Música: Erik Satie - Trois Gymnopedies No. 3
Texto: Diego Álvarez