miércoles, 13 de octubre de 2010

En fin...

Anoche entré en un bar distinto. Cuando abrí la puerta la camarera me esperaba masticando chicle con la boca abierta. Detrás de la barra, con un trapo y un vaso en la mano, hacía que limpiaba mientras comprobaba que, de mis pies a mi cabeza, todo estaba en orden. Al fondo, un hombre sentado con la mirada perdida en la estantería de las botellas y una chupa de cuero negra sostenía una botella de cerveza con las dos manos. A todo esto, mientras yo escrutaba el entorno, la camarera hacía lo propio conmigo. Encanto fue la primera palabra que salió de su boca, a lo demás no presté atención. Pedí un Tanqueray con tónica antes de que terminase de hablar y me senté en la única mesa que había en el local. Era un bar perfecto, estrambótico en su justa medida. El aire estaba teñido de rojo, y unas cuantas enredaderas trepaban por la pared hasta el techo dejando al descubierto algunos cuadros de dudoso valor y belleza. Saqué un cigarro que llevaba preparado en el bolsillo de la chaqueta y comencé a fumarlo despacio. Despacio tranquilo. Tranquilo suave.
Traté de dibujar (con escaso éxito) alguna O con el humo, toqué un poco el servilletero a ritmo de George Benson, crucé algún trago con la camarera, en fin… Al cabo de unos segundos el hombre del fondo se había dormido y a la señorita del trapo y el vaso se le había borrado esa cara de oler azufre que tenía. Apagué tu cigarro, saqué un bolígrafo, cogí una servilleta y me dispuse a trazar un plan.
En Enero te llevaré a Egipto, escribí. Después, cuando volvamos a España cogeremos un vuelo a Nueva Orleans, allí, en mitad de la calle, alguien tocará tu canción favorita y tendré que sacarte a bailar entre los aplausos de los vecino. Nos compraremos una Volkswagen con flores pintadas en la carrocería y viajaremos de Nueva Orleans a California (allí podremos probarnos sobre las olas), de California a Montana, y ya desde la infinita capital de Montana podemos volar a alguna otra maravilla que se te ocurra. No te preocupes por el dinero, siempre podremos mendigar o negociar algunos de nuestros besos en el estraperlo. Arrugo la servilleta y se la tiro a la camarera. La idiota me mira y asiente con la cabeza, en fin… Sin acabar mi copa me levanto, saco un billete de cinco euros y escribo en él un 6 y ocho números aleatorios. Se lo dejo en la barra. Lo ve, esboza una sonrisa y me guiña un ojo. Salgo por la puerta y me pongo a caminar.
En un parque encuentro un cajón de arena en el que todavía, por el día, juegan algunos críos. Cojo un palo y comienzo a trazar. De la capital de montana iremos a mi habitación, sí, a mi habitación. Y sólo entonces, sobre tu piel, escribiré mi verdadero plan.




Texto: Diego Álvarez
Música:
Leo Genovese y Esperanza Spalding - I know you know

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